Apareció un bendito día a finales de invierno, unas palabras que escribían y yo, simplemente, sentía una voz saliendo de ellas que retumbaban en mi mente, voz que reconocí al instante.
Esas palabras escritas se volvieron un día, una mirada y una leve sonrisa. Más tarde, el hermoso sonido de una voz clara y serena.
Mi ser lo reconoció totalmente, lo había buscado desde la más tierna adolescencia, lo presentía y llamaba cada noche antes de dormir.
Lo sentía en mis sueños más profundos abrazándome y protegiendo.
Pero el tiempo y la vida que nos hacen perder la inocencia y creencia en los sueños, un día me dijeron al oido: ya para de soñar y empieza a vivir.
Y así lo hice, quedó solo el deseo de un sueño fugáz, un «quizá», un «algún día, talvez» y estaba presente en mis poemas a la vez que la realidad se imponía.
Pero cuando menos lo esperaba, aparecieron aquellas primeras palabras, luego un rostro con la mirada más bella plena de luz y una sonrisa que calma tempestades. Y días más tarde aquella voz que había sonado en mi corazón desde niña.
Éra él a quien siempre amé desde el origen de los tiempos y de las vidas.
Era él, quien en una fisura de esta irrealidad al fín pudo alcanzarme.
Hoy se que todo fué cierto y sé que ése amor eterno nos mantendrá siempre juntos aun pasen los tiempos y las vidas aún sigan su marcha.
Seguiremos como amantes eternos, como Shiva y Shakti, reencontrándonos vida tras vida , creciendo en amor y sabiduría, hasta llegar al final, a la maestría.
Entonces y solo entonces, nuestra esencia única y vibrante se fundirá en un solo estallido.
(Azucena)
Imagen: Ana T.
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