‘La oscura contraposición’ Segunada parte

Como siempre cuando alcanzaba ese punto de sueño profundo, se abrió aquella puerta de pesado hierro oscura, más aún, negrísima y tras ella, los ojos rojos llenos de sangre encendida junto a aquel hedor de odio y terror que desprendía. Siempre la miraba fijamente antes de abalanzarse sobre ella a la vez que gruñía sordamente. Ella desesperadamente se defendía del inmundo animal tratando de separarse de él , le gritaba, le escupía , le arañaba, le golpeaba, pero todo resultaba inútil. Terminaba siendo su presa y se fundía con su piel. Ella desesperada notaba como aquella bestia tomaba el control de su ser y alejaba de si todo lo bueno que había conocido, hasta hacer desaparecer todo vestigio de amor, compasión o piedad. Notaba cómo crecía en su interior una enorme sed de sangre y una fuerza inhumana y ancestral; el odio y el deseo de hacer daño se apropiaban de todo su ser. Un afán de devorar y envenenar todo a su paso se adueñaba de ella, mientras ella se iba diluyendo como una nube bajo el sol de mediodía y desapareciendo sin más. Entonces gritaba llena de angustia y terror, y haciendo acopio de toda su fortaleza lo expulsaba de sí, pero a cada vez su fortaleza era más efímera, y aquellas cadenas de plata y cristal que sujetaban aquel horror se debilitaban y resquebrajaban, así hasta que dentro de una alteración total volvía a despertar, entre sudor y el miedo de sentirse ir.

Las gotas empezaron a salpicar sobre la delicada piel de su mejilla. En su rostro se dibujó una suave e inconsciente sonrisa. Su mente dándole una tregua, la había trasladado dentro del sueño hasta un verde prado bajo un azul celeste de envidiable pureza. Allí ella se divisaba a si misma tumbada entre un frondoso césped lleno de aroma, disfrutando de una calmada paz, mientras con sus manos era capaz de atrapar el mismo cielo, que increíblemente dejaba caer sobre ella gotas de cristalina agua que brillaban como diamantes encendidos de luz alborea. Pronto el agua comenzó a mojarla con insistencia y el azul del cielo desapareció y el verde césped se convirtió en musgo embarrado, despertándose sobresaltada. En un instante regresó a la realidad y con sorpresa, se dio cuenta que se había quedado dormida y ni siquiera sabía el tiempo que había transcurrido.

El tétrico bosque regresó y se dio cuenta que la lluvia era muy real, estaba lloviendo. Recordó de golpe que no tenía agua apenas y se dispuso a llenar los dos recipientes que había traído consigo, antes de que aquel regalo inesperado se acabase; el cielo seguía sin verse pero de alguna forma el agua se las apañaba para colarse entre las apretadas copas de los árboles. No tardó demasiado en escampar, en apenas media hora cesó, y la tierra lo absorbió de tal manera que era como si una sola gota hubiera caído, pero a Dios gracias había conseguido reponer sus reservas de agua.

Aún sentía el amargor de las setas en el paladar. Decidió dar un buen trago de agua, ahora se podía permitir apagar un poco su sed. La lluvia había subido su ánimo. Recogió y ordenó todo en su mochila. Había guardado algunos de los hongos encontrados para más tarde y recomenzó la marcha. No llevaría ni tres horas, cuando el bosque pareció cobrar luz propia. Podría haber pasado a tan sólo dos metros y ni lo hubiera visto. Ante ella y tras el tronco de  un arrugado roble se abría una senda estrecha y que como por arte de magia se iluminaba con una enorme y tenue luz violeta y aterciopelada que parecía desprenderse de unas extrañas plantas de hojas anchas y alargadas que asemejaban luciérnagas vegetales. Sus ojos las observaban maravillados, tal era su belleza; su corazón palpitaba con emoción, había encontrando el camino hacia la fuente deseada. Sus piernas temblaban, ya no sabía si por la emoción o por los días transcurridos. Por un momento se acordó de la vieja Anabel, hablándole mentalmente.

–‘Vieja amiga, esto se te olvidó contármelo, ojalá mis ojos fueran los tuyos por un momento y pudieras ver esta maravilla’–

Un escalofrío recorrió su cuerpo y por un momento le pareció sentir junto a ella a la dulce anciana. Respiró profundo cogiendo aire en sus pulmones y comenzó a adentrarse en la misteriosa y estrecha senda, que iba bajando como por una ladera. Poco sospechaba ella que las sorpresas no habían hecho más que empezar.
Las plantas iluminadas, habían creado una bóveda perfecta, que se ensanchaba y crecía en altura por momentos. Allí para su sorpresa en suspensión habían unas pequeñísimas lucecitas doradas que parecían chispas desprendidas del mismo sol. Creaban una suerte de danza mística bailoteando aquí y allá, creando un sin fin de figuritas geométricas que le traía a la memoria aquellas noches en las que de niña miraba el firmamento, imaginando que escondería cada estrella. En todo caso le pareció un espectáculo bello y sobrecogedor, que lejos de atemorizarla, la imbuía en una extraña paz. Las figuritas brillantes producían un suave zumbido que terminaba asemejándose a la suave y melodiosa música de una flauta que por momentos quería hacerla flotar. El suelo, ya no era musgo y hojarasca putrefacta, ahora era suave y desprendía un calor que recomponía todo su cansancio y alejaba todo atisbo de dolor. Pensó que estaba a las puertas del paraíso o que tal vez había muerto y estaba de sopetón ante la entrada de otra existencia.

Las luces sin previo aviso detuvieron su danza agrupándose al fondo de la sala, conformando un rostro de belleza increíble. El tiempo pareció pararse. Ella paradójicamente no sentía ningún temor, era como si aquello lo hubiera esperado desde siempre… y el rostro le habló.

–‘Mi querida niñita, llevo observándote desde que entraste en los dominios de este mi bosque. Rara vez he visto semejante voluntad encerrada en un cuerpecillo tan pequeño y frágil. Muchos han tratado de encontrarme, pero muy pocos han sido merecedores de ello. Yo sólo me muestro a aquellos que en su perseverancia y ante la más atroz desesperación son capaces de mantenerse puros y limpios en su corazón, y tú, tú me has demostrado que tienes el corazón fuerte y limpio. No es de extrañar que se te eligiera a ti para contener a la bestia’—

–‘Pero… ¿pero y cómo sabes tú de mi Bestia? nadie más que Anabel y yo sabemos de ella’–. Apenas acertó a balbucear la frágil muchacha.

–‘Anabel sólo me habló de una fuente de cristalinas aguas, de nada más, no me habló de ti, ni de nada parecido. ¿Cómo sabes tú de la bestia?’–, atinó a preguntar la muchacha.

El rostro dorado adoptó una sonrisa y una apariencia de infinita compasión.
–‘Mi dulce niñita, yo sé mucho de muchas cosas, y no sé nada que no se tenga que saber. En mi bosque nada entra que yo no conozca. Conozco tu esencia divina, de la que tú ni sospechas. Conozco tu profunda amargura, de la que no eres culpable y desde luego conozco a la bestia de la que tú eres prisión. Pero mi niña, nada es lo que parece, ni lo que acontece ocurre sin más. Tal vez ahora no lo entiendas, pero pronto sentirás la certeza de lo que encierras. En cuanto a la dulce Anabel, sus ojos están cerrados por amor, ella no puede ver todo lo que es, ni todo lo que será, y aun así es un camino de luz encerrado en su ceguera’– continuó el brillante rostro.

–‘Pero ¿entonces?…’– Dudó la muchacha, –¿Quién o qué eres tú? ‘–. Acertó a preguntar tímidamente.
–‘Jajajaja’– se rió la cara.
–‘¡Yo soy la fuente!, Pero no temas mi dulce niña, no es a mí a quien tienes que temer. Es a lo que hay tras de mi en todo caso. Piensa si quieres cruzar mis puertas, porque una vez dentro sólo acertará a salir uno de los dos, ¡o tú o la bestia!’–

El rostro nuevamente comenzó a cambiar componiendo en su danza lumínica un magistral pórtico adornado en todos sus extremos por aquellas extrañas figuras geométricas. La sala parecía incluso que se hubiera agrandado sustancialmente y el silencio abarcó todo el lugar.
La joven, que aún estaba sorprendida, se quedó ensimismada contemplando aquel increíble pórtico, tratando de asimilar todo lo que había escuchado. Ahora de golpe no sabía muy bien que debía hacer, si entrar o salir corriendo. Pero la duda desapareció pronto. Cerró los párpados y allí estaba ella y la bestia con su hedor demencial, que la miraba con una inusitada y mal contenida rabia…

Ya no le quedó duda alguna, ¡entraría!. A eso había venido y eso haría. Apretó los puños y más aún los dientes, suspiró y cruzó la puerta.

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