De inmediato todo cambió. Una sensación de mareo y profunda angustia la invadió. Su cuerpo parecía que iba a desmembrarse de tanta presión que sentía. Todo pareció acelerarse como si fuera absorbida por un inmenso sumidero en forma de espiral. Su grito se alejaba aún más rápido de lo que salía por su garganta. Sintió un vértigo desconocido hasta ese momento para ella y ya… no recordó nada más.
Saiara que así se llamaba la joven, tomó conciencia de nuevo de sí misma. Su cuerpo estaba dolorido pero se sentía más ligera de lo normal, cómo decirlo… más elástica y ágil.
A su mente volvió todo lo acontecido. Se encontraba tumbada y su rostro enfrentado a un cielo de un color anaranjado y turbio que jamás había siquiera imaginado. El aire que inhalaba por su nariz, era seco, áspero y notaba cómo rascaba en el interior de su garganta. Se percató de que no tenía prenda que la cubriera; se encontraba completamente desnuda y su piel había cambiado de tono. De su piel blanca y delicada no quedaba rastro. Mirándose los brazos se dio cuenta que ahora era de un dorado cobrizo y mucho más gruesa, aunque seguía manteniendo su suavidad característica.
Se incorporó y muy despacio giró sobre sí misma. De la brillante portada no quedaba ni rastro, si no la tuviera tan viva en su mente, podría decirse que jamás hubiese existido. Su mirada se deslizó por un vasto paraje que parecía no tener fin, pero era un paraje desolador y terrible. El suelo estaba cubierto de una capa de algo que se parecía mucho a ceniza y allá y acá se divisaban los esqueletos de viejos árboles que también parecían a su vez carbonizados. Si el bosque que había cruzado para encontrar la puerta era espeluznante, aquello no tenía palabras que lo describiera; era sencillamente la descripción retorcida del infierno.
No acertaba a explicarse que debía de hacer exactamente, aquello no era para nada parecido a cualquier cosa que hubiera pensado. Había pensado que al cruzar el portal la bestia se desprendería de sí sin más, que ya no sería más parte de ella, que quedaría libre. Jamás que se encontraría en un mundo devastado por completo y más sola de lo que nunca lo había estado. Además, no podía entender por qué su piel había cambiado. No sabía el porqué de su sensación de pesar menos que el aire. Ni siquiera sabía cuándo dormiría y se reencontraría con la bestia queriendo usurpar su ser nuevamente, devorando sus entrañas. Ahora, también era todo negro por fuera.
Sintió unas repentinas ganas de llorar, por su pecho subía un torrente que pronto serían las primeras lágrimas. Dejando pasear su vista en rededor suyo y ante tanta tristeza, le vino a su mente aquella macetita de color azul con olas blancas que daba cobijo a una pequeña plantita verde con algunas pequeñas espinas. Su abuela se la había regalado siendo aún muy niña, le dijo:
–‘Saiara, ya ves que ahora no es gran cosa, la cuidaremos las dos juntas, yo te enseñaré cómo, y si le das todo tu amor, entonces ella te dará su regalo y será un regalo maravilloso. Ya verás’–
Y así lo hizo durante todo el otoño y con la primavera, la plantita esperezándose mostró unos lindos capullitos. Recordó como si fuese allí y ahora la sonrisa de su abuela y su emoción propia al ver los capullitos abrir en espléndidas rosas rojas, brillantes, llenas de vida y color. Cerró los ojos, las lágrimas ya escurrían por sus mejillas y lo deseó, deseó con todas sus fuerzas tener su regalo ante ella, allí y ahora; su promesa de vida, sus queridas rosas de rojo radiante y fragancia sin igual.
Un chasquido delante de ella la sobresaltó, obligándola a abrir los ojos. No lo podía creer, no salía de su asombro, justo delante de ella estaba su rosal. Tal y como lo recordaba; bellísimo, lleno de vida y color, que contrastaba con el ceniciento paisaje como el rayo que se abre camino en el cielo oscuro de la noche. Dio un paso atrás.
–‘¿Pero qué ha pasado aquí?’– Se preguntó en voz alta…
Se acercó a su Rosal, lo tocó, lo olió, y se dio perfecta cuenta de que era totalmente real.
Pensó, –‘¿y si todo pudiera ser real allí?–. No sabía dónde estaba, ni siquiera si aquello sería un mundo aparte o una invención de su mente. Se dio cuenta que no sabía absolutamente nada, no hacía frío, ni calor a pesar de que todo parecía abrasado por un fuego devastador. No sentía ningún tipo de brisa… Se pellizcó, y eso sí lo notó, por lo tanto si era un sueño, era un sueño donde podía sentir dolor. Y si era otro mundo también igualmente. Y desde luego su rosal parecía de lo más real y verdadero y era el suyo, idéntico a como lo recordaba.
Volvió a pensar, y si allí, fuera donde fuera que estuviera, ¿fuera posible crear cosas reales con solo pensarlo?. Miró a su alrededor y pensó que ojalá todo estuviera lleno de vida y fuese verde y bonito. Entonces cerró los ojos y esperó unos instantes para volverlos a abrir y ver si todo había cambiado a su alrededor. Pero no, al volverlos a abrir todo seguía igual de gris y devastado. Por un momento había pensado que todo cambiaría al pensarlo… pero su rosal si estaba allí, eso era completamente real; ¿entonces?. No tenía ni idea que había ocurrido, pero de una cosa se dio cuenta; no podía quedarse en ese lugar eternamente. Tal vez si caminaba encontraría algo diferente, tal vez no todo el lugar fuera así y aunque no tenía ni frío ni calor el estar por completo desnuda la hacía sentir incomoda.
Así que cogió su pequeño rosal y comenzó a andar con él a cuestas. Se dirigió hacia un pequeño promontorio que se veía en la distancia y se elevaba de manera evidente sobre el resto del terreno. Tal vez desde allí pudiera divisar algo diferente o quizás algún lugar habitado. ¿Por qué?… no estaría por completo sola allí; uf… sólo de pensarlo un escalofrió corrió por todo su ser. A su memoria regresó parte de lo que Anabel le había dicho:
–‘Recuerda que la fuente se convertirá en lo que tú seas… Si dentro de ti está la paz, ella te devolverá paz… Si no, te atrapará y vagarás por siempre de la mano de la fría dama’—
Pero no podía ser. Ella odiaba todo lo que no fuera amor. ¿Y si…? ¿Y si finalmente la bestia la hubiera devorado y estuviera atrapada allí?. ¿Y si… la bestia hubiera salido y ella se hubiera quedado allá para vagar por la eternidad…?
Su mente hacía todas las conjeturas habidas y por haber. Serenándose pensó:
–‘No puede ser, para ello tendría que haberse liberado y eso no puede ser, no sin yo saberlo, no puede haber ocurrido así sin más’–
Se paró quedándose perpleja.
–‘¡Estoy hablando sola, estoy pensando en voz alta!’–
Debía serenarse, no podía perder los nervios, lo mejor sería adentrarse en, fuera lo que fuera aquello, sin pensar demasiado y ver que encontraba.
Se visualizo a sí misma, desnuda, con su piel de color cobre, con su macetita blanca con olas y su rosal, y no pudo reprimir una sonora carcajada.
–‘Desde luego esto no es como pensaba’–.
Siguió pensando en voz alta mientras su risa seguía rompiendo el silencio reinante. Cambiaría y encontraría las respuestas; nadie dijo que fuera a ser fácil…
Desde el promontorio pudo ver que estaba en el centro de un valle bastante grande. Se había hecho a la idea que desde allí vería algo diferente que la guiaría. Se sintió algo desilusionada y un suspiro le salió de lo más adentro y fue justo en ese momento cuando lo vio. Primero pensó que era una broma de su vista, pero el segundo destello le reafirmó que no era tal. El corazón comenzó a acelerársele mientras una mezcla de inquietud, apremio, emoción y zozobra se abrían camino dentro de sus emociones y ¡otra vez más!. De nuevo el destello. Ya no había duda; allí había algo que se movía y brillaba. Era sin duda algún tipo de luz, ya que bajo ese cielo anaranjado sin sol no podía haber reflejos. En la distancia, al final del valle se dibujaban varias elevaciones montañosas diseminadas. Desde el punto en que se encontraba no parecían gran cosa, pero dado que era una distancia más que considerable, las montañas no serían tan pequeñas entonces. Había descubierto que su forma física había mejorado increíblemente. Llegar hasta allí fue sencillo a pesar de la mucha distancia. No sabía que sería la luz ni qué se encontraría, pero de momento aquella lucecita era toda su esperanza de encontrar algo que diera algo de sentido a todo aquello y, desde luego, iba poner todo su empeño en ello. Notó cómo una fuerza y determinación desconocida hasta ese momento crecía en su interior y no sólo eso, también una fuerza a la par. Cerró los ojos sintiéndolo crecer, notando cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba. Como si su cuerpo flotara en una intensa espiral de energía que penetraba en ella a través de su coronilla. Nunca había experimentado nada igual; una conglomeración de paz, armonía y fuerza sin fin que la dejó dentro de un bienestar sin igual al volver a abrir los ojos.
Fijó su vista en aquel puntito de luz, tratando de fijar referencias para no errar el destino. Estuvo tentada de dejar allí, a su suerte, a su querido rosal, pero no, además no resultaba nada pesado llevarlo a cuestas. Esta vez se le hizo pesada la caminata, no por cansancio si no por la impaciencia, Y allí estaba a los pies de la montaña que resultaba ser empinada y jalonada de laderas escarpadas y árboles arrasados como todo lo que había encontrado a su paso. Durante todo el camino la luz se le había mostrado ocasionalmente como un faro discontinuo indicando y confirmando sus pasos, pero ahora simplemente había desaparecido.
Aguzó todos sus sentidos. Se percató que todo en ella se había potenciado; su oído, su olfato, su vista, incluso su tacto que a pesar de que su piel era más gruesa, también era más sensitiva, Durante un buen rato lo observó todo buscando cualquier indicio, cualquier pista. Estaba segura que estaba en el lugar indicado, pero no había ni rastro del destello.
Bueno, ¡pues la seguiría buscando!
Tal vez un poco más adelante hubiera alguna hondonada o quebrada que le impidiera ver desde allí. Durante un buen rato se dedicó a sortear troncos chamuscados y pedrería suelta que dificultaba su avance en la ya de por si empinada ladera, y fue así de bruces, que lo encontró.
A sus pies se dibujaba un ligero terraplén que habría paso a una explanada de varios cientos de metros. En ella se levantaba una especie de construcciones. Eran extrañas estructuras de piedras que conformaban diferentes formas, pero lo más asombroso, era que todas flotaban como por arte de magia a unos 70 cm sobre el suelo. La luz seguía brillando pero por su ausencia. En todo caso, todo aquello era mucho más de lo que esperaba encontrar. De un salto libró el terraplén y se acercó a la primera de las construcciones. A simple vista las piedras que la constituían eran del todo diferentes a todas con las que se había topado. Eran mucho más oscuras y compactas y tenían un encaje perfecto entre unas y otras dejando una superficie muy lisa casi acristalada, sin rastro de material alguno que las uniera. Tocó una de ellas ejerciendo una presión considerable. La construcción le pareció muy sólida. Dió la vuelta completa al edificio; había llegado a la conclusión de que eran edificios. Sin encontrar obertura alguna que diera entrada al interior del habitáculo, pensó que tal vez estuviera en el techo, aunque desde lo alto del terraplén tampoco le había parecido ver hueco alguno. Tendría que ver la manera de subir. Se agazapó para mirar por abajo. Definitivamente nada había que sustentara la mole de piedra; entre ella y el suelo, no había nada más que aire.
El destello que había visto tenía que haber salido desde este sitio, ¡estaba segura!. Pero no había absolutamente nada que allí pudiera brillar. Anduvo por aquellas calles si es que así se les podía llamar, porque no tenían ningún tipo de orden ni concierto. Es como si aquellas casas hubieran caído del cielo guiadas sólo por la casualidad sin más razón. Entonces cayó en la cuenta; allí no había ceniza alguna. Todo estaba increíblemente limpio, como si una gran escoba hubiera hecho su trabajo, que en comparación con todo lo demás que rodeaba a la aldea, llamaba notablemente la atención.
Alguien sin duda debía de haber limpiado todo aquello; esa deducción la llenó de ilusión. Una gran alegría se apoderó de ella.
¡No estaba sola!