Aquel viejo Capitán…

Andaba perdido por las marañas
de mis pensamientos inciertos,
intentando hallar a ratos
vestigios de claras miradas.
Veredas de largas raíces
que a mis pies se adherían,
bloqueando el movimiento
que en su fluir debían.
Eran retorcidos sus brazos,
largos también
y en ellos atrapadas
muchas morían,
mariposas aladas
por la fría dama selladas.
En ocasiones
aquel viejo capitán,
gritaba sus arrestos
a su guardia negra,
escuchando al murmurador de sueños,
el lamento de sus gorriones,
atrapados en aquella estepa,
de vientos silbantes,
dónde oscuras palabras
danzaban en agonía callada.
Sólo el beso del esperado rocío
rompía el hechizo
de aquel frío mandato,
liberando al viejo truhán.

Fran Rubio Varela

‘La oscura contraposición’. Cuarta parte

Mientras se hacía estás conjeturas un terrible ruido la hizo tambalearse. En la distancia se escuchó como un trueno poderoso, pero no era un trueno, era un rugido, un rugido que ella conocía bien. Era la bestia. Desde su llegada a ese mundo no había dormido ni una sola vez y casi se había olvidado de ella, pero ahora la bestia rugía y ella estaba despierta.
Tembló y un sudor frio la recorrió. Esa terrible criatura estaba fuera de ella, de alguna manera su unión se había roto y eso significaba dos cosas. Una que había estado equivocada; la bestia no era ella misma como siempre había temido. Y dos, ahora estaba libre y campaba a sus anchas por aquel extraño mundo. Ella la conocía bien, en ese ser no había ni compasión ni rastro de nada parecido a la bondad, era un pozo ciego de oscuridad sedienta de sangre.

Una de las construcciones en forma helicoidal que se situaba ante ella unos metros más allá produjo un chasquido mientras algunas de las perfectas piedras que la conformaban se empezaron a movilizar dejando escapar entre ellas una luz blanca y fuerte. Pronto aquellas piedras conformaron una entrada con tres peldaños que descendían desde le construcción hasta el suelo. En la luz se recortaba una silueta un tanto distorsionada que si bien era humana no dejaba de asombrar un poco por su extrema delgadez.
Sus ojos trataban de distinguir los detalles pero la luz que el habitáculo desprendía se lo impedía.

–‘¡Niña, rápido…!- aquella figura le estaba hablando.
–‘¡Niña, entra, corre! … antes de que te encuentre, hay poco tiempo, es muy rápido, ¡corre!’–.

Aquel ser gesticulaba apremiándole y moviendo el brazo indicándole que se diera prisa.

–‘¡Vamos!… ¿acaso no escuchas? Venga date prisa, aquí dentro estaremos a salvo…’– trataba de convencerla mientras seguía moviendo los brazos con insistencia.
–‘¡Corre!’–

Otro aullido sacudió el cielo, esta vez mucho más cerca. Su cuerpo se estremeció, la temperatura había bajado drásticamente, y sintió miedo. Sus piernas se pusieron en marcha súbitamente hasta casi correr hacia la puerta del edificio.
Una extraña negrura se estaba apoderando por momentos del lugar.

Apenas hubo entrado por la puerta y ya las piedras se iban acoplando unas a otras cerrando aquella puerta como si no hubiera existido.
El habitáculo estaba por completo iluminado y parecía mucho más espacioso por dentro que por fuera. Había muebles o algo semejante que también flotaban sobre el suelo, pero lo que más la sorprendió es que era totalmente transparente. Miraras hacia donde miraras veía el exterior por donde poco antes había estado curioseando ella misma.

–‘¡shhh!, no hables, guarda silencio, shhh …aquí’–
–‘No puede vernos ni olernos pero si oírnos. Tiene un oído muy fino ‘– le susurró aquel …hombre…

Ahora podía verlo con claridad, era alto, casi rayando los dos metros, pero extremadamente delgado. Sus brazos y piernas parecían alambritos a punto de doblarse y su cuerpo no mucho más grueso parecía poco para sostener aquella cabeza, también alargada, pero en comparación mucho mayor que el resto del cuerpo. El pelo era como una seda de color amarillo brillante que caía plácido sobre su espalda. Sus ojos enormes y de un azul intensísimo que se sobredimensionaban sobre su pequeña boca y nariz, y sin embargo, y a pesar de su aspecto, no estaba exento de una cierta belleza en todo su conjunto.
En su cabeza como si de una explosión se tratase empezaron a surgir una enormidad de preguntas que pugnaban por salir de su garganta, pero él como si lo adivinara, le hizo un gesto de silencio mientras le señalaba a su espalda.

Al darse la vuelta la vio pero ahora en toda su enormidad. Ahí estaba su bestia, con sus ojos ensangrentados y más negra que nunca. Con el pelo erizado, de sus dientes caía unos hilillos de saliva negruzca y viscosa. Andaba en completo silencio, y de repente, miró hacia ella clavando su mirada como si la pudiera ver, como adivinándola. Ella dio un paso atrás, pero la suave voz de su nuevo amigo la tranquilizó.

–‘¡shhh, tranquila, no te asustes. Aquí dentro nada nos puede hacer, ni vernos tampoco, sólo debemos esperar a que marche…’– le dijo casi imperceptiblemente.

La bestia giró su cabeza, apartando su mirada de ella y siguió durante un rato merodeando entre los edificios, hasta que decidió marchar. No sin antes brindar un atronador rugido que lo llenó todo…
Dios mío…es ella, pensó la pobre joven, es mi bestia y está suelta.

–‘¡No me lo puedo creer…habéis regresado!’– le habló
— ‘¿Hemos? ¿quiénes hemos regresado?’– preguntó totalmente confundida Saiara mientras lo miraba fijamente.

La voz de aquel personaje era muy agradable, casi musical y sus ojos parecían casi hipnóticos al mezclarse con su voz, como si le obligara a sentirse cómoda y confiada, cuando debería de estar por completo fuera de sí ante todo lo que le estaba sucediendo.

–‘Por cierto, me llamo Alanis, soy el único que queda aquí. Los demás huyeron… y los que no, bueno, ellos fueron devorados o transformados por ella. Ya nada queda de lo que era… ¡Nada de lo que fuimos!. Las llamas de sus ojos todo lo han destruido y de sus llamas esas sucias cenizas que todo lo han consumido… Pero tú debes de recordar ¡cómo de bello era este mundo! Tú y tus hermanos lo creasteis. Vosotros nos lo disteis como el más bello legado. Y ahora lo hemos perdido y nada
podemos hacer contra ese negro poder. Pero… ¡habéis regresado! ¡Tú estás aquí!’–.

De los ojos de Alanis surgieron un par de lágrimas tan doradas como su pelo y pudo sentir su gran emoción con una claridad asombrosa. Sintió todo el peso, dolor, desesperación, emoción contenida y ahora esperanza irradiando de él…

–‘Vosotros’– continuó Alanis, –‘¡Vosotros podéis vencer al ser de la oscuridad y traer de nuevo la luz y la vida!…Si, vosotros, como la última vez…’–.

Saiara no salía de su asombro.
–¿Nosotros?… ¿quiénes?’, ¿de qué estás hablando?… ¡No entiendo nada!’—
–¡Si! vosotros…’Los Ángeles creadores de sueños, los tejedores de luz’–.

De pronto Alanis se quedó mirándola… –¿Y tus alas? ¿dónde están tus alas?’–

‘La oscura contraposición’ Tercera parte

De inmediato todo cambió. Una sensación de mareo y profunda angustia la invadió. Su cuerpo parecía que iba a desmembrarse de tanta presión que sentía. Todo pareció acelerarse como si fuera absorbida por un inmenso sumidero en forma de espiral. Su grito se alejaba aún más rápido de lo que salía por su garganta. Sintió un vértigo desconocido hasta ese momento para ella y ya… no recordó nada más.
Saiara que así se llamaba la joven, tomó conciencia de nuevo de sí misma. Su cuerpo estaba dolorido pero se sentía más ligera de lo normal, cómo decirlo… más elástica y ágil.

A su mente volvió todo lo acontecido. Se encontraba tumbada y su rostro enfrentado a un cielo de un color anaranjado y turbio que jamás había siquiera imaginado. El aire que inhalaba por su nariz, era seco, áspero y notaba cómo rascaba en el interior de su garganta. Se percató de que no tenía prenda que la cubriera; se encontraba completamente desnuda y su piel había cambiado de tono. De su piel blanca y delicada no quedaba rastro. Mirándose los brazos se dio cuenta que ahora era de un dorado cobrizo y mucho más gruesa, aunque seguía manteniendo su suavidad característica.

Se incorporó y muy despacio giró sobre sí misma. De la brillante portada no quedaba ni rastro, si no la tuviera tan viva en su mente, podría decirse que jamás hubiese existido. Su mirada se deslizó por un vasto paraje que parecía no tener fin, pero era un paraje desolador y terrible. El suelo estaba cubierto de una capa de algo que se parecía mucho a ceniza y allá y acá se divisaban los esqueletos de viejos árboles que también parecían a su vez carbonizados. Si el bosque que había cruzado para encontrar la puerta era espeluznante, aquello no tenía palabras que lo describiera; era sencillamente la descripción retorcida del infierno.

No acertaba a explicarse que debía de hacer exactamente, aquello no era para nada parecido a cualquier cosa que hubiera pensado. Había pensado que al cruzar el portal la bestia se desprendería de sí sin más, que ya no sería más parte de ella, que quedaría libre. Jamás que se encontraría en un mundo devastado por completo y más sola de lo que nunca lo había estado. Además, no podía entender por qué su piel había cambiado. No sabía el porqué de su sensación de pesar menos que el aire. Ni siquiera sabía cuándo dormiría y se reencontraría con la bestia queriendo usurpar su ser nuevamente, devorando sus entrañas. Ahora, también era todo negro por fuera.
Sintió unas repentinas ganas de llorar, por su pecho subía un torrente que pronto serían las primeras lágrimas. Dejando pasear su vista en rededor suyo y ante tanta tristeza, le vino a su mente aquella macetita de color azul con olas blancas que daba cobijo a una pequeña plantita verde con algunas pequeñas espinas. Su abuela se la había regalado siendo aún muy niña, le dijo:

–‘Saiara, ya ves que ahora no es gran cosa, la cuidaremos las dos juntas, yo te enseñaré cómo, y si le das todo tu amor, entonces ella te dará su regalo y será un regalo maravilloso. Ya verás’–

Y así lo hizo durante todo el otoño y con la primavera, la plantita esperezándose mostró unos lindos capullitos. Recordó como si fuese allí y ahora la sonrisa de su abuela y su emoción propia al ver los capullitos abrir en espléndidas rosas rojas, brillantes, llenas de vida y color. Cerró los ojos, las lágrimas ya escurrían por sus mejillas y lo deseó, deseó con todas sus fuerzas tener su regalo ante ella, allí y ahora; su promesa de vida, sus queridas rosas de rojo radiante y fragancia sin igual.
Un chasquido delante de ella la sobresaltó, obligándola a abrir los ojos. No lo podía creer, no salía de su asombro, justo delante de ella estaba su rosal. Tal y como lo recordaba; bellísimo, lleno de vida y color, que contrastaba con el ceniciento paisaje como el rayo que se abre camino en el cielo oscuro de la noche. Dio un paso atrás.

–‘¿Pero qué ha pasado aquí?’– Se preguntó en voz alta…

Se acercó a su Rosal, lo tocó, lo olió, y se dio perfecta cuenta de que era totalmente real.
Pensó, –‘¿y si todo pudiera ser real allí?–. No sabía dónde estaba, ni siquiera si aquello sería un mundo aparte o una invención de su mente. Se dio cuenta que no sabía absolutamente nada, no hacía frío, ni calor a pesar de que todo parecía abrasado por un fuego devastador. No sentía ningún tipo de brisa… Se pellizcó, y eso sí lo notó, por lo tanto si era un sueño, era un sueño donde podía sentir dolor. Y si era otro mundo también igualmente. Y desde luego su rosal parecía de lo más real y verdadero y era el suyo, idéntico a como lo recordaba.

Volvió a pensar, y si allí, fuera donde fuera que estuviera, ¿fuera posible crear cosas reales con solo pensarlo?. Miró a su alrededor y pensó que ojalá todo estuviera lleno de vida y fuese verde y bonito. Entonces cerró los ojos y esperó unos instantes para volverlos a abrir y ver si todo había cambiado a su alrededor. Pero no, al volverlos a abrir todo seguía igual de gris y devastado. Por un momento había pensado que todo cambiaría al pensarlo… pero su rosal si estaba allí, eso era completamente real; ¿entonces?. No tenía ni idea que había ocurrido, pero de una cosa se dio cuenta; no podía quedarse en ese lugar eternamente. Tal vez si caminaba encontraría algo diferente, tal vez no todo el lugar fuera así y aunque no tenía ni frío ni calor el estar por completo desnuda la hacía sentir incomoda.

Así que cogió su pequeño rosal y comenzó a andar con él a cuestas. Se dirigió hacia un pequeño promontorio que se veía en la distancia y se elevaba de manera evidente sobre el resto del terreno. Tal vez desde allí pudiera divisar algo diferente o quizás algún lugar habitado. ¿Por qué?… no estaría por completo sola allí; uf… sólo de pensarlo un escalofrió corrió por todo su ser. A su memoria regresó parte de lo que Anabel le había dicho:

–‘Recuerda que la fuente se convertirá en lo que tú seas… Si dentro de ti está la paz, ella te devolverá paz… Si no, te atrapará y vagarás por siempre de la mano de la fría dama’—

Pero no podía ser. Ella odiaba todo lo que no fuera amor. ¿Y si…? ¿Y si finalmente la bestia la hubiera devorado y estuviera atrapada allí?. ¿Y si… la bestia hubiera salido y ella se hubiera quedado allá para vagar por la eternidad…?
Su mente hacía todas las conjeturas habidas y por haber. Serenándose pensó:
–‘No puede ser, para ello tendría que haberse liberado y eso no puede ser, no sin yo saberlo, no puede haber ocurrido así sin más’–

Se paró quedándose perpleja.

–‘¡Estoy hablando sola, estoy pensando en voz alta!’–

Debía serenarse, no podía perder los nervios, lo mejor sería adentrarse en, fuera lo que fuera aquello, sin pensar demasiado y ver que encontraba.
Se visualizo a sí misma, desnuda, con su piel de color cobre, con su macetita blanca con olas y su rosal, y no pudo reprimir una sonora carcajada.

–‘Desde luego esto no es como pensaba’–.

Siguió pensando en voz alta mientras su risa seguía rompiendo el silencio reinante. Cambiaría y encontraría las respuestas; nadie dijo que fuera a ser fácil…

Desde el promontorio pudo ver que estaba en el centro de un valle bastante grande. Se había hecho a la idea que desde allí vería algo diferente que la guiaría. Se sintió algo desilusionada y un suspiro le salió de lo más adentro y fue justo en ese momento cuando lo vio. Primero pensó que era una broma de su vista, pero el segundo destello le reafirmó que no era tal. El corazón comenzó a acelerársele mientras una mezcla de inquietud, apremio, emoción y zozobra se abrían camino dentro de sus emociones y ¡otra vez más!. De nuevo el destello. Ya no había duda; allí había algo que se movía y brillaba. Era sin duda algún tipo de luz, ya que bajo ese cielo anaranjado sin sol no podía haber reflejos. En la distancia, al final del valle se dibujaban varias elevaciones montañosas diseminadas. Desde el punto en que se encontraba no parecían gran cosa, pero dado que era una distancia más que considerable, las montañas no serían tan pequeñas entonces. Había descubierto que su forma física había mejorado increíblemente. Llegar hasta allí fue sencillo a pesar de la mucha distancia. No sabía que sería la luz ni qué se encontraría, pero de momento aquella lucecita era toda su esperanza de encontrar algo que diera algo de sentido a todo aquello y, desde luego, iba poner todo su empeño en ello. Notó cómo una fuerza y determinación desconocida hasta ese momento crecía en su interior y no sólo eso, también una fuerza a la par. Cerró los ojos sintiéndolo crecer, notando cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba. Como si su cuerpo flotara en una intensa espiral de energía que penetraba en ella a través de su coronilla. Nunca había experimentado nada igual; una conglomeración de paz, armonía y fuerza sin fin que la dejó dentro de un bienestar sin igual al volver a abrir los ojos.

Fijó su vista en aquel puntito de luz, tratando de fijar referencias para no errar el destino. Estuvo tentada de dejar allí, a su suerte, a su querido rosal, pero no, además no resultaba nada pesado llevarlo a cuestas. Esta vez se le hizo pesada la caminata, no por cansancio si no por la impaciencia, Y allí estaba a los pies de la montaña que resultaba ser empinada y jalonada de laderas escarpadas y árboles arrasados como todo lo que había encontrado a su paso. Durante todo el camino la luz se le había mostrado ocasionalmente como un faro discontinuo indicando y confirmando sus pasos, pero ahora simplemente había desaparecido.

Aguzó todos sus sentidos. Se percató que todo en ella se había potenciado; su oído, su olfato, su vista, incluso su tacto que a pesar de que su piel era más gruesa, también era más sensitiva, Durante un buen rato lo observó todo buscando cualquier indicio, cualquier pista. Estaba segura que estaba en el lugar indicado, pero no había ni rastro del destello.
Bueno, ¡pues la seguiría buscando!

Tal vez un poco más adelante hubiera alguna hondonada o quebrada que le impidiera ver desde allí. Durante un buen rato se dedicó a sortear troncos chamuscados y pedrería suelta que dificultaba su avance en la ya de por si empinada ladera, y fue así de bruces, que lo encontró.

A sus pies se dibujaba un ligero terraplén que habría paso a una explanada de varios cientos de metros. En ella se levantaba una especie de construcciones. Eran extrañas estructuras de piedras que conformaban diferentes formas, pero lo más asombroso, era que todas flotaban como por arte de magia a unos 70 cm sobre el suelo. La luz seguía brillando pero por su ausencia. En todo caso, todo aquello era mucho más de lo que esperaba encontrar. De un salto libró el terraplén y se acercó a la primera de las construcciones. A simple vista las piedras que la constituían eran del todo diferentes a todas con las que se había topado. Eran mucho más oscuras y compactas y tenían un encaje perfecto entre unas y otras dejando una superficie muy lisa casi acristalada, sin rastro de material alguno que las uniera. Tocó una de ellas ejerciendo una presión considerable. La construcción le pareció muy sólida. Dió la vuelta completa al edificio; había llegado a la conclusión de que eran edificios. Sin encontrar obertura alguna que diera entrada al interior del habitáculo, pensó que tal vez estuviera en el techo, aunque desde lo alto del terraplén tampoco le había parecido ver hueco alguno. Tendría que ver la manera de subir. Se agazapó para mirar por abajo. Definitivamente nada había que sustentara la mole de piedra; entre ella y el suelo, no había nada más que aire.

El destello que había visto tenía que haber salido desde este sitio, ¡estaba segura!. Pero no había absolutamente nada que allí pudiera brillar. Anduvo por aquellas calles si es que así se les podía llamar, porque no tenían ningún tipo de orden ni concierto. Es como si aquellas casas hubieran caído del cielo guiadas sólo por la casualidad sin más razón. Entonces cayó en la cuenta; allí no había ceniza alguna. Todo estaba increíblemente limpio, como si una gran escoba hubiera hecho su trabajo, que en comparación con todo lo demás que rodeaba a la aldea, llamaba notablemente la atención.
Alguien sin duda debía de haber limpiado todo aquello; esa deducción la llenó de ilusión. Una gran alegría se apoderó de ella.
¡No estaba sola!

‘La oscura contraposición’ Segunada parte

Como siempre cuando alcanzaba ese punto de sueño profundo, se abrió aquella puerta de pesado hierro oscura, más aún, negrísima y tras ella, los ojos rojos llenos de sangre encendida junto a aquel hedor de odio y terror que desprendía. Siempre la miraba fijamente antes de abalanzarse sobre ella a la vez que gruñía sordamente. Ella desesperadamente se defendía del inmundo animal tratando de separarse de él , le gritaba, le escupía , le arañaba, le golpeaba, pero todo resultaba inútil. Terminaba siendo su presa y se fundía con su piel. Ella desesperada notaba como aquella bestia tomaba el control de su ser y alejaba de si todo lo bueno que había conocido, hasta hacer desaparecer todo vestigio de amor, compasión o piedad. Notaba cómo crecía en su interior una enorme sed de sangre y una fuerza inhumana y ancestral; el odio y el deseo de hacer daño se apropiaban de todo su ser. Un afán de devorar y envenenar todo a su paso se adueñaba de ella, mientras ella se iba diluyendo como una nube bajo el sol de mediodía y desapareciendo sin más. Entonces gritaba llena de angustia y terror, y haciendo acopio de toda su fortaleza lo expulsaba de sí, pero a cada vez su fortaleza era más efímera, y aquellas cadenas de plata y cristal que sujetaban aquel horror se debilitaban y resquebrajaban, así hasta que dentro de una alteración total volvía a despertar, entre sudor y el miedo de sentirse ir.

Las gotas empezaron a salpicar sobre la delicada piel de su mejilla. En su rostro se dibujó una suave e inconsciente sonrisa. Su mente dándole una tregua, la había trasladado dentro del sueño hasta un verde prado bajo un azul celeste de envidiable pureza. Allí ella se divisaba a si misma tumbada entre un frondoso césped lleno de aroma, disfrutando de una calmada paz, mientras con sus manos era capaz de atrapar el mismo cielo, que increíblemente dejaba caer sobre ella gotas de cristalina agua que brillaban como diamantes encendidos de luz alborea. Pronto el agua comenzó a mojarla con insistencia y el azul del cielo desapareció y el verde césped se convirtió en musgo embarrado, despertándose sobresaltada. En un instante regresó a la realidad y con sorpresa, se dio cuenta que se había quedado dormida y ni siquiera sabía el tiempo que había transcurrido.

El tétrico bosque regresó y se dio cuenta que la lluvia era muy real, estaba lloviendo. Recordó de golpe que no tenía agua apenas y se dispuso a llenar los dos recipientes que había traído consigo, antes de que aquel regalo inesperado se acabase; el cielo seguía sin verse pero de alguna forma el agua se las apañaba para colarse entre las apretadas copas de los árboles. No tardó demasiado en escampar, en apenas media hora cesó, y la tierra lo absorbió de tal manera que era como si una sola gota hubiera caído, pero a Dios gracias había conseguido reponer sus reservas de agua.

Aún sentía el amargor de las setas en el paladar. Decidió dar un buen trago de agua, ahora se podía permitir apagar un poco su sed. La lluvia había subido su ánimo. Recogió y ordenó todo en su mochila. Había guardado algunos de los hongos encontrados para más tarde y recomenzó la marcha. No llevaría ni tres horas, cuando el bosque pareció cobrar luz propia. Podría haber pasado a tan sólo dos metros y ni lo hubiera visto. Ante ella y tras el tronco de  un arrugado roble se abría una senda estrecha y que como por arte de magia se iluminaba con una enorme y tenue luz violeta y aterciopelada que parecía desprenderse de unas extrañas plantas de hojas anchas y alargadas que asemejaban luciérnagas vegetales. Sus ojos las observaban maravillados, tal era su belleza; su corazón palpitaba con emoción, había encontrando el camino hacia la fuente deseada. Sus piernas temblaban, ya no sabía si por la emoción o por los días transcurridos. Por un momento se acordó de la vieja Anabel, hablándole mentalmente.

–‘Vieja amiga, esto se te olvidó contármelo, ojalá mis ojos fueran los tuyos por un momento y pudieras ver esta maravilla’–

Un escalofrío recorrió su cuerpo y por un momento le pareció sentir junto a ella a la dulce anciana. Respiró profundo cogiendo aire en sus pulmones y comenzó a adentrarse en la misteriosa y estrecha senda, que iba bajando como por una ladera. Poco sospechaba ella que las sorpresas no habían hecho más que empezar.
Las plantas iluminadas, habían creado una bóveda perfecta, que se ensanchaba y crecía en altura por momentos. Allí para su sorpresa en suspensión habían unas pequeñísimas lucecitas doradas que parecían chispas desprendidas del mismo sol. Creaban una suerte de danza mística bailoteando aquí y allá, creando un sin fin de figuritas geométricas que le traía a la memoria aquellas noches en las que de niña miraba el firmamento, imaginando que escondería cada estrella. En todo caso le pareció un espectáculo bello y sobrecogedor, que lejos de atemorizarla, la imbuía en una extraña paz. Las figuritas brillantes producían un suave zumbido que terminaba asemejándose a la suave y melodiosa música de una flauta que por momentos quería hacerla flotar. El suelo, ya no era musgo y hojarasca putrefacta, ahora era suave y desprendía un calor que recomponía todo su cansancio y alejaba todo atisbo de dolor. Pensó que estaba a las puertas del paraíso o que tal vez había muerto y estaba de sopetón ante la entrada de otra existencia.

Las luces sin previo aviso detuvieron su danza agrupándose al fondo de la sala, conformando un rostro de belleza increíble. El tiempo pareció pararse. Ella paradójicamente no sentía ningún temor, era como si aquello lo hubiera esperado desde siempre… y el rostro le habló.

–‘Mi querida niñita, llevo observándote desde que entraste en los dominios de este mi bosque. Rara vez he visto semejante voluntad encerrada en un cuerpecillo tan pequeño y frágil. Muchos han tratado de encontrarme, pero muy pocos han sido merecedores de ello. Yo sólo me muestro a aquellos que en su perseverancia y ante la más atroz desesperación son capaces de mantenerse puros y limpios en su corazón, y tú, tú me has demostrado que tienes el corazón fuerte y limpio. No es de extrañar que se te eligiera a ti para contener a la bestia’—

–‘Pero… ¿pero y cómo sabes tú de mi Bestia? nadie más que Anabel y yo sabemos de ella’–. Apenas acertó a balbucear la frágil muchacha.

–‘Anabel sólo me habló de una fuente de cristalinas aguas, de nada más, no me habló de ti, ni de nada parecido. ¿Cómo sabes tú de la bestia?’–, atinó a preguntar la muchacha.

El rostro dorado adoptó una sonrisa y una apariencia de infinita compasión.
–‘Mi dulce niñita, yo sé mucho de muchas cosas, y no sé nada que no se tenga que saber. En mi bosque nada entra que yo no conozca. Conozco tu esencia divina, de la que tú ni sospechas. Conozco tu profunda amargura, de la que no eres culpable y desde luego conozco a la bestia de la que tú eres prisión. Pero mi niña, nada es lo que parece, ni lo que acontece ocurre sin más. Tal vez ahora no lo entiendas, pero pronto sentirás la certeza de lo que encierras. En cuanto a la dulce Anabel, sus ojos están cerrados por amor, ella no puede ver todo lo que es, ni todo lo que será, y aun así es un camino de luz encerrado en su ceguera’– continuó el brillante rostro.

–‘Pero ¿entonces?…’– Dudó la muchacha, –¿Quién o qué eres tú? ‘–. Acertó a preguntar tímidamente.
–‘Jajajaja’– se rió la cara.
–‘¡Yo soy la fuente!, Pero no temas mi dulce niña, no es a mí a quien tienes que temer. Es a lo que hay tras de mi en todo caso. Piensa si quieres cruzar mis puertas, porque una vez dentro sólo acertará a salir uno de los dos, ¡o tú o la bestia!’–

El rostro nuevamente comenzó a cambiar componiendo en su danza lumínica un magistral pórtico adornado en todos sus extremos por aquellas extrañas figuras geométricas. La sala parecía incluso que se hubiera agrandado sustancialmente y el silencio abarcó todo el lugar.
La joven, que aún estaba sorprendida, se quedó ensimismada contemplando aquel increíble pórtico, tratando de asimilar todo lo que había escuchado. Ahora de golpe no sabía muy bien que debía hacer, si entrar o salir corriendo. Pero la duda desapareció pronto. Cerró los párpados y allí estaba ella y la bestia con su hedor demencial, que la miraba con una inusitada y mal contenida rabia…

Ya no le quedó duda alguna, ¡entraría!. A eso había venido y eso haría. Apretó los puños y más aún los dientes, suspiró y cruzó la puerta.

‘La oscura contraposición’ Primera parte

Ella era una chica de piel blanca y ojos oscuros, de figura tan frágil que la comparaban con una roja amapola, pero en su interior, su alma era raída por los colmillos de aquella negra bestia, que cada noche pugnaba con destapar el horror que encerraba, y su mente aún joven, enloquecía con cada aullido de la bestia. Antes su fe era fuerte y entera, pero ahora , ahora las grietas habían hecho en ella mellas, amenazando con desmoronarla en cualquier instante y ya sólo le quedaba aquella única esperanza, la de aquella leyenda caída de los tiempos que debía buscar con premura. La bestia cada noche le mostraba su poder aniquilador, del cual ella sería su instrumento en cuanto rompiera las cadenas que a duras penas seguían aprisionándola. Tres días con sus noches llevaba por aquel deshumanizado bosque vagando en busca del ansiado portal, sabía que encontrarlo sería caer en los brazos de la noche infinita, pero también sería el final de la bestia y la salvación de su alma.

El bosque parecía una repetición constante de sombras y ramas retorcidas , los troncos brotaban entre el mar de musgo, que amenazaba con atrapar sus ligeros pies en cualquier momento para engullirla de alguna forma, la luz del día apenas se distinguía entre las copas de aquellos enmarañados fantasmas de madera. Pero ella debía de seguir buscando, temía más a su bestia que a cualquier bosque infinito. De su tragedia sólo sabía la vieja Anabel, una viejecita de pelo blanco y desdentada por los años vividos, a la cual le había sido arrebatada el don de la vista en el mismo momento de nacer y a la que paradójicamente esa misma carencia le había propiciado poder ver aquello que estaba oculto a la mirada de los demás mortales que miraban con el sólo sentido. Ella y sólo ella había podido ver al monstruo que encerraba su interior y había sido también la que le había hablado de la leyenda que ese bosque escondía. Se decía que en lo más recóndito de él y sólo para aquellos que fueran capaces del amor más limpio, se abriría un portal en forma de aguas cristalinas, que se convertía en espejo del alma que en sus aguas entrase, purificando y dando la paz y el equilibrio que cada uno precisara, pero que si por el contrario, aquel que en el mágico estanque entrara y no encontrase tal dicha, jamás de el regresaría y sería entregado a la dama fría de la noche infinita y condenado a vagar por ese bosque hasta ser capaz del estanque salir.

Anabel le había advertido que si era capaz de encontrarlo, lo cual ya de por si sería una complicada suerte, se lo pensase muy bien antes de en él sumergirse.

Aquel maldito bosque parecía infinito y su estómago empezaba a rugir. Ya hacía horas de su última comida y en su pequeña mochila ya no quedaba ni una de las tortas de maíz que había preparado y el agua… tampoco le andaba quedando apenas y toda la que había visto hasta el momento estaba estancada y putrefacta. Y ese silencio solo roto por sus pasos amenazaba con hacerla perder la cordura. Desde luego la vieja Anabel no se había quedado corta al describir el horror de aquel lugar. Pero justo a cada vez que empezaba a perder los ánimos en su mente aparecían los encendidos ojos de la bestia y el sólo pensamiento de enfrentarse a ella en su sueño, la espoleaba dándole fuerzas para seguir caminando.
Decidió que era necesario buscar con que alimentarse, ella conocía bien toda clase de hongos y musgos y aunque de momento no había divisado ninguno comestible se prometió a si misma estar atenta a cualquier vestigio de ellos. Mientras seguía deambulando por aquel retorcido y ennegrecido bosque, había decidido sobrevivir como fuera hasta encontrar el mágico estanque y acabar con su bestia. No importaba el precio que tuviera que pagar para ello.

La cosa siguió de la misma manera por varias horas, a cada paso se sentía más desfallecida y empezó a tener la sensación de estar dando vueltas sobre sí misma. No había nada sobre lo que tomar ninguna referencia. Todo era una repetición constante y el cielo, simplemente había desaparecido a su vista. La humedad bochornosa que la rodeaba la hacía sudar copiosamente, a la par que le producía temblores helados. No tardarían en aparecerle escoceduras del constante roce de sus miembros al caminar. Su mente quería quejarse y gritar a cada instante pero ella la acallaba tratando de mantenerse firme. Se detuvo! Casi no podía creérselo allí frente a ella, en un pequeño claro entre los aturullados troncos divisó un pequeño grupo de setas, que ansiosamente deseó fueran comestibles. Se acercó despacito, como con miedo y casi emocionada se dio cuenta de que sí, eran comestibles. Unas lagrimillas comenzaron a manar de sus ojos, mientras su garganta dejaba escapar unos ligeros sollozos tanto de alivio como de angustia mal reprimida. No era gran cosa, pero era algo con lo que saciar su ya dolorido estómago. Con cuidado se arrodilló junto a ellos escarbando con delicadeza para desenterrarlos, no tenía con que limpiarlos, así que decidió soplarle lo más fuertemente que pudiera, a fin de quitarles la máxima tierra posible. Sus dientes rechinaban y el sabor era algo amargoso, pero a ella le pareció el mejor de los manjares. Por un momento se olvidó del lugar concentrándose solamente en el hecho de nutrirse comiéndolos despacio y con cuidado. Cuando terminó bebió un sorbito de la escasa agua que aún acaparaba.

Se recostó ligeramente pensando en continuar en cuanto les diera un poco de reposo a sus maltrechas piernas, pero un pesado sopor se apoderó de ella sin siquiera darse cuenta, quedándose dormida.