Cual dos gotas de rocío que a simple vista se ven claras y sencillas, humildes y calladas, sonrientes y cautivas. Van apegadas a la roca de la vida, resbalando despacio y temerosas, intentando sujetarse a su base tan conocida, aquella que les da la seguridad que su corazón anhela.
Siendo distintas se ven tan semejantes.
Solo el ojo experto o el alma avanzada reconocerá aquellas leves pero importantes diferencias que las vuelven únicas y singulares.
Una lleva la fuerza del sabio y poderoso lobo que abraza cálido y protector en los momentos precisos, en los instantes necesarios, callado pero inundando conocimiento en medio de sueños que no son sueños.
La otra, precisa la seguridad y valentía del cuervo para poder sentir que el miedo, que tan aferrada a ella se atrinchera, será vencido con una mirada, con un sutil aleteo, con el silencio.
Pequeñas e inusualmente sensibles gotas de rocío, no conocen su fuerza y valor, no se percatan cuán importantes son a la vida, no presienten que un buen día se elevaran al cielo translúcidas y ligeras.
Se unirán, convertidas en partículas de vapor, a hermosas y gigantezcas nubes y un día retornarán al eterno e interminable océano de vida.
Dejando a un lado su aparente simpleza, apartando sus límites, se fundirán al infinito.
(Azucena)
Imagen: Maria Rubio Varela
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