Mientras se hacía estás conjeturas un terrible ruido la hizo tambalearse. En la distancia se escuchó como un trueno poderoso, pero no era un trueno, era un rugido, un rugido que ella conocía bien. Era la bestia. Desde su llegada a ese mundo no había dormido ni una sola vez y casi se había olvidado de ella, pero ahora la bestia rugía y ella estaba despierta.
Tembló y un sudor frio la recorrió. Esa terrible criatura estaba fuera de ella, de alguna manera su unión se había roto y eso significaba dos cosas. Una que había estado equivocada; la bestia no era ella misma como siempre había temido. Y dos, ahora estaba libre y campaba a sus anchas por aquel extraño mundo. Ella la conocía bien, en ese ser no había ni compasión ni rastro de nada parecido a la bondad, era un pozo ciego de oscuridad sedienta de sangre.
Una de las construcciones en forma helicoidal que se situaba ante ella unos metros más allá produjo un chasquido mientras algunas de las perfectas piedras que la conformaban se empezaron a movilizar dejando escapar entre ellas una luz blanca y fuerte. Pronto aquellas piedras conformaron una entrada con tres peldaños que descendían desde le construcción hasta el suelo. En la luz se recortaba una silueta un tanto distorsionada que si bien era humana no dejaba de asombrar un poco por su extrema delgadez.
Sus ojos trataban de distinguir los detalles pero la luz que el habitáculo desprendía se lo impedía.
–‘¡Niña, rápido…!- aquella figura le estaba hablando.
–‘¡Niña, entra, corre! … antes de que te encuentre, hay poco tiempo, es muy rápido, ¡corre!’–.
Aquel ser gesticulaba apremiándole y moviendo el brazo indicándole que se diera prisa.
–‘¡Vamos!… ¿acaso no escuchas? Venga date prisa, aquí dentro estaremos a salvo…’– trataba de convencerla mientras seguía moviendo los brazos con insistencia.
–‘¡Corre!’–
Otro aullido sacudió el cielo, esta vez mucho más cerca. Su cuerpo se estremeció, la temperatura había bajado drásticamente, y sintió miedo. Sus piernas se pusieron en marcha súbitamente hasta casi correr hacia la puerta del edificio.
Una extraña negrura se estaba apoderando por momentos del lugar.
Apenas hubo entrado por la puerta y ya las piedras se iban acoplando unas a otras cerrando aquella puerta como si no hubiera existido.
El habitáculo estaba por completo iluminado y parecía mucho más espacioso por dentro que por fuera. Había muebles o algo semejante que también flotaban sobre el suelo, pero lo que más la sorprendió es que era totalmente transparente. Miraras hacia donde miraras veía el exterior por donde poco antes había estado curioseando ella misma.
–‘¡shhh!, no hables, guarda silencio, shhh …aquí’–
–‘No puede vernos ni olernos pero si oírnos. Tiene un oído muy fino ‘– le susurró aquel …hombre…
Ahora podía verlo con claridad, era alto, casi rayando los dos metros, pero extremadamente delgado. Sus brazos y piernas parecían alambritos a punto de doblarse y su cuerpo no mucho más grueso parecía poco para sostener aquella cabeza, también alargada, pero en comparación mucho mayor que el resto del cuerpo. El pelo era como una seda de color amarillo brillante que caía plácido sobre su espalda. Sus ojos enormes y de un azul intensísimo que se sobredimensionaban sobre su pequeña boca y nariz, y sin embargo, y a pesar de su aspecto, no estaba exento de una cierta belleza en todo su conjunto.
En su cabeza como si de una explosión se tratase empezaron a surgir una enormidad de preguntas que pugnaban por salir de su garganta, pero él como si lo adivinara, le hizo un gesto de silencio mientras le señalaba a su espalda.
Al darse la vuelta la vio pero ahora en toda su enormidad. Ahí estaba su bestia, con sus ojos ensangrentados y más negra que nunca. Con el pelo erizado, de sus dientes caía unos hilillos de saliva negruzca y viscosa. Andaba en completo silencio, y de repente, miró hacia ella clavando su mirada como si la pudiera ver, como adivinándola. Ella dio un paso atrás, pero la suave voz de su nuevo amigo la tranquilizó.
–‘¡shhh, tranquila, no te asustes. Aquí dentro nada nos puede hacer, ni vernos tampoco, sólo debemos esperar a que marche…’– le dijo casi imperceptiblemente.
La bestia giró su cabeza, apartando su mirada de ella y siguió durante un rato merodeando entre los edificios, hasta que decidió marchar. No sin antes brindar un atronador rugido que lo llenó todo…
Dios mío…es ella, pensó la pobre joven, es mi bestia y está suelta.
–‘¡No me lo puedo creer…habéis regresado!’– le habló
— ‘¿Hemos? ¿quiénes hemos regresado?’– preguntó totalmente confundida Saiara mientras lo miraba fijamente.
La voz de aquel personaje era muy agradable, casi musical y sus ojos parecían casi hipnóticos al mezclarse con su voz, como si le obligara a sentirse cómoda y confiada, cuando debería de estar por completo fuera de sí ante todo lo que le estaba sucediendo.
–‘Por cierto, me llamo Alanis, soy el único que queda aquí. Los demás huyeron… y los que no, bueno, ellos fueron devorados o transformados por ella. Ya nada queda de lo que era… ¡Nada de lo que fuimos!. Las llamas de sus ojos todo lo han destruido y de sus llamas esas sucias cenizas que todo lo han consumido… Pero tú debes de recordar ¡cómo de bello era este mundo! Tú y tus hermanos lo creasteis. Vosotros nos lo disteis como el más bello legado. Y ahora lo hemos perdido y nada
podemos hacer contra ese negro poder. Pero… ¡habéis regresado! ¡Tú estás aquí!’–.
De los ojos de Alanis surgieron un par de lágrimas tan doradas como su pelo y pudo sentir su gran emoción con una claridad asombrosa. Sintió todo el peso, dolor, desesperación, emoción contenida y ahora esperanza irradiando de él…
–‘Vosotros’– continuó Alanis, –‘¡Vosotros podéis vencer al ser de la oscuridad y traer de nuevo la luz y la vida!…Si, vosotros, como la última vez…’–.
Saiara no salía de su asombro.
–¿Nosotros?… ¿quiénes?’, ¿de qué estás hablando?… ¡No entiendo nada!’—
–¡Si! vosotros…’Los Ángeles creadores de sueños, los tejedores de luz’–.
De pronto Alanis se quedó mirándola… –¿Y tus alas? ¿dónde están tus alas?’–
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