—‘¡Pero…si yo estoy sola!, es más, no sé qué está pasando, todo esto…tú… jamás he tenido alas ni nada parecido, ni hermanos…’– ya con las primeras lágrimas en los ojos, Saiara continuó.
—‘¡Ni sé dónde estoy!… yo sólo estaba desesperada y crucé la puerta, por favor… ayúdame, necesito comprender… no comprendo nada. No sé qué hacer y estoy asustada’—
Alanis había escuchado, mientras la miraba con esos ojos suyos. Durante unos instantes guardó silencio dejando que la joven sollozara y se desahogara en sus lágrimas y mirando cada detalle de su invitada. Cuando vio que Saiara ya estaba más tranquila empezó de nuevo a hablar.
—‘Tranquila niña…umm todo debe de tener su explicación y la encontraremos. De momento déjame buscarte algo con qué cubrirte’–
Se dirigió a uno de los suspendidos muebles y tocando uno de los extremos, el mueble se descompuso en varias partes. De dentro de una de las partes, cogió una pequeña cajita rectangular de colores vivos y cambiantes, la abrió y de su interior se desprendieron unas lucecitas doradas que sorprendieron a Saiara. Eran idénticas a aquellas que habían conformado el rostro de la fuente y la formidable portada en la que había entrado a este nuevo mundo.
Alanis susurró unas palabras extrañas sin sentido para ella y las lucecitas empezaron su baile rítmico y musical convirtiéndose en una magnifica túnica que brillaba de luz. Alanis volviéndose a ella se la ofreció mientras le hablaba de nuevo.
—‘Estas son vuestras ropas…están conformadas de elementales. Por desgracia ya nos quedan tan pocos…’–.
Hizo una pausa cerrando los ojos nostalgicamente.
—‘Antes este mundo estaba lleno de ellos. Fue vuestro legado para nosotros; la materia prima y nosotros sus escultores. Los elementales son la luz consciente de la creación. Toda materia está creada con ellos. Se fabrica cualquier sueño y cualquier realidad. Pero ese nefasto y maligno ser las ha contaminado, ha viciado y destruido su naturaleza.
Ahora se ha convertido en una atmósfera negra y asfixiante que rodea y oculta la luz a los mundos e impide el flujo del universo y su amor. Nosotros no podemos crear sin ellos, no podemos captar ningún efluvio sin su potestad divina. Pero ¡tú estás aquí! Y tú sí que puedes crear. Los elementales pueden emanar de vosotros.
Tengo que llevarte al refugio, aún hay algunos caminos seguros pero hemos de ser cuidadosos.
La túnica se ajustó a su cuerpo como un guante. Dejando de brillar se había convertido en blanco y suave lino y era de una comodidad excepcional. Su desnudez no la había incomodado, pues hasta ese momento y con todo lo que le había sucedido se había olvidado de que iba por completo desnuda. La verdad es que tampoco le importaba demasiado.
Alanis había abierto un par más de aquellos extraños muebles y había cogido alguna más de aquéllas preciosas cajas. Estaba por completo excitado y nervioso. Ella ya un poco más relajada lo miraba con atención. Atenta a todos los detalles de lo que estaba haciendo y también se sentía muy perpleja; de todo lo que hasta ese momento había conformado su realidad no había ni rastro más allá de su rosalito qué aún mantenía en sus manos y por añadidura también era parte de un pasado que no pensaba pudiera volver. Pero quería respuestas. Quería comprender todo aquello. Alanis una vez tuvo todo guardado en una especie de zurrón que colgaba de su costado volvió junto a ella.
—‘¡Vamos!’– apremió.
Ella, queriendo parecer más alta ante él, se irguió sobre sus talones.
—‘¡No!’– dijo con determinación, —‘no me muevo de aquí hasta que no me expliques. ¡Quiero saberlo todo!’—
Alanis por completo sorprendido la miró abriendo grandemente sus ojos.
—‘¿Y qué quieres que yo enseñe a un Ángel?. Vosotros nacéis directamente de su sabiduría. Tú eres la única esperanza, eres un Ángel tejedor de luz. Yo sólo vuestro humilde servidor. Era muy joven cuando partisteis de aquí… apenas un niño, pero os recuerdo como si jamás os hubierais marchado’—.
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