En el regazo de su sombra me dormi,
tan fresca su apacible oscuridad.
Cerré los ojos y respiré su perfume
a suelo mojado y estepa enraizada.
El musgo de su piel acunaba la mía
queriendo ser uno no mas,
y en su susurro eterno yo volaba
sin alas, sin cuerpo, sin polvo nacido.
Y fui feliz.
Porque allí donde sus hojas bailan,
fui eterno como su memoria del mundo,
fui ambrosia de dioses.
Y recordé…
Al espíritu que nace,
a la sombra de la oscuridad
de aquella luz que era horizonte,
y mi alma tembló liberada
de la quejumbre de aquellos huesos rotos,
mi voz atrono en la música de un bendito silencio,
que fue palabra y tinta,
que fue emoción y conciencia.
Y recordé…
Con mi memoria renacida,
aquellas alas de luz,
brillantes en la amante oscuridad
que acaricia toda claridad.
Que rebosan la felicidad
de un padre y un hijo,
de un alma y un destino.
Y recordé…
No fue lúgubre mi destino,
ni perdido en la ponzoña
de aquella fenecida realidad.
Pues fue incesante camino
de lagrimas maltrechas
y alegrías de niño perdido,
hasta el despertar de este ser
sin cuerpo, sin polvo,
ya sin huesos rotos,
de su nada vencido,
de su nada nacido,
para serlo todo
bajo la sombra de su regazo…
Fran Rubio Varela.©. Julio 2018.
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